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La Magia de San Blas, el Paraíso Artesanal

Hermosos pasajes de piedra, miradores de la ciudad, bohemia nocturna y más. Es fácil imaginar porqué San Blás es el reducto de los artistas. Solo hay que caminar por él para sentirse en un cuento que se transforma en cada esquina, siempre hacia algo más interesante. San Blás tiene la etiqueta de “barrio de los artesanos” no solo por las familias creadoras que ahí han surgido (los Mendívil, los Olave, los Mérida, entre otros), sino porque hasta hoy sigue inspirando a locales y viajeros.

¿Pero cómo está San Blás hoy? El blues de San Blás es uno de los mayores atractivos de la ciudad del Cusco y pese a las reinvenciones, sigue siendo ese rinconcito inspirador que todos amamos. Tuve la suerte de vivir casi tres años entre sus calles. Hoy, en Urubamba, lo extraño un poco.

Hermosos pasajes de piedra, miradores de la ciudad, bohemia nocturna y más. Es fácil imaginar porqué San Blás es el reducto de los artistas. Solo hay que caminar por él para sentirse en un cuento que se transforma en cada esquina, siempre hacia algo más interesante. San Blás tiene la etiqueta de “barrio de los artesanos” no solo por las familias creadoras que ahí han surgido (los Mendívil, los Olave, los Mérida, entre otros), sino porque hasta hoy sigue inspirando a locales y viajeros.

¿Pero cómo está San Blás hoy? Un poquito de historia. Este distrito fue muy preciado durante la época Inca, en que la nobleza lo eligió como propiedad. Se llamaba “T´oqo-kachi”, que significa en español “hueco de sal”, el nombre “San Blás” se lo dieron los españoles durante la primera mitad del siglo XVI. Su iglesia fue construida a mediados del siglo XVI con mano indígena (debían construir templos para su evangelización) y durante este tiempo ha soportado dos terremotos.

Es la Iglesia más antigua del Cusco y está sobre lo que fue el templo a Illapa, dios del trueno. Curiosamente, hace algunos años un rayo cayó sobre una de sus alas y destrozó la cruz de piedra. Dentro de ella está el famoso púlpito de 400 años de antigüedad, hecho supuestamente por el famoso tallista y ensamblador quechua Juan Tomás Tuyro Tupaq. T´oqo-kachi cambia cada día pero sigue siendo ese lugar donde todos quieren vivir o pasar una temporada de novela. Sin embargo la amenaza de una urbanización que crece desordenada, la locura del turismo y la falta de limpieza podría borrar para siempre todo su romántico esplendor.

Quedan hasta hoy algunos lugares de bohemia, música en vivo, poesía, películas y cultura en general. A diferencia de lo que ofrece el centro, los bares nocturnos de San Blás garantizan una experiencia mucho más reposada. Para aquellos que están interesados en el arte o en actividades holísticas como yoga, meditación encontrarán en este pequeño distrito opciones variadas. San Blás también tiene lo suyo en restaurantes. Hay comida de todo el mundo, platos locales, comedores vegetarianos, cafés, postres, para todos los bolsillos. El barrio cuenta también con un pequeño mercado al final de la calle Chihuanpata como vimos en nuestro post Desayuno como en casa.

San Blues Como les contaba, mis primeros tres años en Cusco los viví en este hermoso barrio. Acá hice muchos amigos y ya me conozco las callecitas de nombres quechuas de memoria.
Una de las más difíciles de recordar era Atoqsaykuchi, que significa “la subida del zorro cansado”. Claro, no lo dije: San Blás está sobre la falda de un cerro así que la mayoría de sus calles son empinadas. La principal, de entrada, es la “Cuesta de San Blás”. Recuerdo subirla por primera vez con un amigo que me preguntó jadeando: “¿Sabes por qué se llama Cuesta de San Blás?”, respondí que no. Me dijo: “porque cuesta pe”.

Así es, conocer San Blás “cuesta” un poquito pero vale la pena. San Blás es uno de mis lugares favoritos en Cusco. Lo quiero mucho y también lo extraño. Me apena cuando se tumban una casa antigua para poner un negocio, o aquellas cosas incomprensibles como que no tenga agua potable pasadas las 7 de la noche, o que el control de basura sea un desastre.

Es un barrio que se pierde de a pocos. Como me dijo una amiga: “San Blás era el barrio de los artesanos, ahora es el de las lavanderías y hoteles”. Es verdad, más allá del romanticismo, algo profundo y amenazador está pasando en el barrio. Dicen que tampoco pertenece ya a los cusqueños, sino “a los gringos” y que el metro cuadrado cuesta tanto como uno en Miraflores. Los cusqueños ya no se sienten parte de él y algunos venden por millones sus casas derruidas. Es un buen negocio San Blás, pero como va, poco sostenible. Ruego al cielo para que Cusco despierte y vuelva a lo suyo, no con ese chauvinismo grotesco de reclamar porque sí, sino como el hijo pródigo que vuelve a casa después de años de destrucción y olvido.

Manuel Vera Tudela